MUERTE SIMBÓLICA

Confieso que he matado a Irene Paz…o lo poco que de ella pudiera quedar. He visto como su mirada penetraba en mis ojos y como se retorcía de dolor mientras mis manos ahogaban su cuello, sin permitir siquiera, que un ápice de aire fresco acariciase sus pulmones. Pero sinceramente, no he disfrutado con cada una de las ácidas lágrimas que derramaba…

Soy testigo de su crecimiento, he observado como se hacía mayor. Primero como aprendía poco a poco, muy poco a poco…Porque en esta vida nadie nace aprendido. Así como también he visto como se quitaba esa estela de inocencia y bondad, como rechazaba la ignorancia y sufría la hipocresía. Para luego ponerse la máscara del odio y convivir con la indiferencia. Aprendiendo que la confianza da asco. Y entonces casi sin darme cuenta, dejó de ser una niña y empezó a sufrir y a reconocer el dolor. Luego vino el rechazo pero lo superó. Después el arrepentimiento, el sentimiento de culpa. Y empezó a no entender el transcurso de una vida, de la vida, de su vida…Pero decidió seguir adelante.

Irene Paz ya no era la misma, es cierto, pero era ella. Decidió que toda experiencia era sabiduría pero todavía no sabía que las malas experiencias pasan factura. Una vez llegado hasta este punto, sus heridas eran muy visibles como también la sangre negra que salía de ellas. Pero todas las heridas cicatrizan, y las cicatrices sirven para recordarnos las experiencias ya vividas. Ella no quería recordar ciertas experiencias y empezó a odiar a sus propias cicatrices, empezó a odiarse a sí misma, comenzando así una lenta espiral de autodestrucción.

Cuando se miraba en el espejo no le gustaba lo que su reflejo le mostraba. El odio se hizo todavía mayor, y la desconfianza era su mejor amiga. El rencor hacia ella misma y hacía la humanidad difícilmente podían ser escondidos y lo peor de todo es que ella era consciente de aquella realidad, de la realidad, de su realidad…

Irene Paz no quiso rendirse y se dio una oportunidad, primero a sí misma y luego a los demás; pensando que quizá el manto de romanticismo podía aliviar su fría alma. Y aunque ya conocía el desamor, nunca dejaron de gustarle las historias con finales felices, aunque a ella no le gustase reconocerlo. Fue entonces cuando desesperada, viendo que ninguno de los ideales que la Humanidad había marcado podía conseguirse; entendió el auténtico significado de la palabra “ideales” y se sintió defraudada, engañada…el romanticismo dejó casi radicalmente de existir para ella. Intentó poner sus metas más bajas pero no pudo. La Humanidad empezó a darle asco. La Sociedad era para ella como una ola gigante por la cual no podías evitar ser atrapado, y por supuesto, todo esto le producía repugnancia. Homo homini lupus. Lo que reforzaba todavía más su idea de autodestrucción.

Entonces su vida, dejó de ser vida…Aplastada por un inminente pesimismo quiso ver la luz de la felicidad y por una mera tendencia evolutiva siguió adelante. Siguió adelante aunque su paso ya no era firme al andar. Y un día el orgullo no sintió. Como tampoco la necesidad ,ya, de seguir luchando y aceptó la aceptación. Aunque sabía que el verdadero momento tardaría en llegar.

Tanto tardaría en llegar que ella no llegó a vivirlo. Porque su castigado cuerpo, cansado de demasiados parásitos, poco aliento tenía ya…Y toda fe, cayó en el olvido…Y con él cualquier esperanza…Las grandes verdades, no eran ahora, más que mentiras. Ni la Familia ni la Amistad pudieron hacer algo por ella. La muerte psíquica llamó a su puerta, y ésta fue la antesala de su muerte simbólica, su verdadera muerte, la verdadera muerte…

Irene Paz, yacía en el suelo, sola. Yo he sido su verdugo. Porque la muerte es la continuación de la vida; y no es la muerte la que nos mata sino yo, La Vida.